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UN RINCÓN DE ENSUEÑO EN LA RUTA DE LA COSTA VERDE

La mayor parte de las gentes dice, al referirse a Tapia, que es una villa de la costa asturiana con una playa amplia, cómoda. Abrigada de los vientos y de limpias y doradas arenas: la playa de oro del Occidente Astur. Pero este maravilloso rincón del Cantábrico no sólo es eso. Tapia que, desde los acantilados de la costa, sonríe al mar – mar viril, de masculino sexo le llamó Gamallo Fierros – puede enorgullecerse de contar con otros muchos atractivos para ofrecer, generosa, a cuantos la visitan. Lugares de ensueño, de una belleza tal que a veces hace pensar, a quienes la  contemplan, que el Paraíso debió estar emplazado en una tierra como ésta. Aquí puede admirar el visitante todo cuanto es preciso para colmar los deseos del más exigente admirador de la madre Naturaleza: el bosque, el río, los lagos, la playa y el mar.

El bosque: Siguiendo la carretera que conduce a la Galicia cercana, entre densos pinares y a poco más de un kilómetro de la villa, se abre un camino hacia la izquierda. Si por él ves caminar a una moza portando un cántaro, síguela y encontrarás, cerca de allí, en medio de un paisaje típicamente asturiano, una fuente bien cuidada por cuyo caño mana, cantarino, un limpio y fresco chorro de agua. Tiene fama de ser, la fuente de la Virgen, la de mejor agua del contorno. Pruébala, caminante. Aplica tus labios a su generosa frescura y cuando hayas calmado tu sed, siéntate en el banco de piedra que allí existe, resguardado del sol de la tarde que, a tus espaldas, queda oculto por la montaña. Contempla como el arroyo discurre por los prados salpicados de manzanos florecidos, si vas en primavera, entre los que pastan, mansas, unas vacas rubias que cuida un niño calzado de madreñas. Verás, enfrente, una antigua mansión señorial. Allá, más arriba,  una ermita. Sigue extendiendo tu vista por el paisaje del entorno y podrás contemplar un sendero que bordea los prados cubiertos de florecillas rojas, moradas y amarillas. Ponte en marcha, siguiéndolo, y llegarás a un lugar maravilloso al que podrás entrar cruzando un pequeño puente de madera que, sabe Dios, cuantos caminantes habrán pisado antes que tú. Y si vas en julio, por las fiestas, verás allí a los mozos como antaño, danzando al son de un tamboril y de una gaita, tocada por un gaitero de hinchados carrillos  y airosa montera. Y, si no es día de romería, entra sin miedo en medio de la pradera y recuéstate entre los helechos secos, cara al cielo, alabando al Creador de tanta belleza.

Los Lagos: Pregunta otro día, viajero, en donde se encuentran los lagos de Silva y, después, camina otra vez, carretera adelante, por la ruta de Oviedo, camino de Salave, hasta que veas surgir, también a tu izquierda, la gran mancha verde de un bosque. Siguiendo un camino de carros, a un centenar de metros, intérnate por cualquier senda cubierta de hojas secas y agujas de pino, hasta que veas un lago como en miniatura, como esos de los cuentos de hadas y gnomos, en medio de un juncal bordeado de árboles frondosos y de pinos en flor. Cuando logres vencer el hechizo, sigue adelante. Busca entre aquella selva llena de aromas y de color, un paso oculto entre el boscaje y sube por él, bajo las ramas que ocultan el sol y tiñen el ambiente de luces de atardecer. Baja, después, despacio, siguiendo otro sendero que se abre a través del castañar y siéntate abajo, en la amplia vaguada, sobre la hierba fresca, escuchando el silbido de un pájaro escondido en la floresta o contemplando el manso vuelo de una gaviota blanca, que sin mover las alas, se interna en el mar.

El río: Del río tan sólo he de decirte que es como una pincelada grisazul que, atravesando el verde juncal, llega como cansado ya de tanto saltar. O, quizás, dormido por el susurro del viento en los pinares que atraviesa en su recorrido, hasta desaparecer entre la espuma de la orilla: cuna de encaje en que le recibe el mar.

La playa:  Tapia tiene la mejor playa del Occidente de Asturias. Está cerca del pueblo, casi metida dentro de él. No esperes encontrar una de esas playas que presumen de elegantes, con muchas instalaciones aparatosas y multitud de casetas de chillones colores y mujeres ataviadas según el último grito de la moda. Si eso deseas, no vengas aquí. En cambio, si quieres bañarte en las limpias aguas del Cantábrico, buscar camarones, mejillones o cangrejos entre las piedras y rocas, mientras que, sin notarlo, te tuestas al sol. O acostarte sobre las limpias arenas, al abrigo del viento, o dar largos paseos descalzo por la orilla. Si quieres, en fin, gozar intensamente de cuanto una gran playa natural puede ofrecerte, ven a Tapia durante el verano. Al año siguiente… volverás.

El mar: El mar de Tapia, el Cantábrico, es un mar de contrastes. No es azul como el cielo de Oriente, ni tranquilo como un lago, ni bravo como un  río caudaloso que se despeña. A veces, al amanecer, cuando el sol que aún no apareció en el horizonte tiñe de rosa las cumbres de la Bobia, verás, si está tranquilo, que este mar es azul. A mediodía, cuando el sol  ya calienta, te parecerá, a lo lejos, de plomizo color y, en cambio, de un verde esmeralda si lo observas en una ensenada de poco fondo, que deje ver, bajo sus aguas dormidas, un jardín de algas de diversas formas y colores.  Otro día besará, mansamente, en la orilla los pies de una bella muchacha que camina confiada a zambullirse entre sus aguas acariciadoras. Pero, en otras ocasiones, lo verás avanzar hacia la costa, formando imponentes montañas movedizas, que pelean y chocan entre sí, deshaciéndose en mil remolinos de espuma.

Mucho más podría hablarte de Tapia, pero el espacio me limita. Por esto, terminaré diciéndote que, si vienes a verla, podrás quizá encontrar otras mil cosas agradables y bellas en esta villa que te invita a visitarla y te ofrece todos los dones que aquí depositó, generosa, la naturaleza.
C.D.E.
El Faro de Tapia, 7 de junio de1957

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