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CAPÍTULO I

DE RIBADEO A TAPIA

Transcurría el verano de 1.955 cuando me llevaron a Tapia por primera vez. Acababa de terminar el curso escolar de Bachillerato en el Colegio Santo Tomás de Aquino de Ribadeo, también denominado La Academia y El Patín. Allí había estudiado el Segundo Curso de Bachillerato, mientras nuestro hogar paterno estaba en el Jardín, en la hermosa localidad gallega. Mi padre había partido para Tapia meses antes, destinado para trabajar allí.  Tras su etapa militar, bruscamente terminada en 1953 en tierras de Melilla, por decisión propia y su paso a la vida civil, ansiaba volver a tener un trabajo. Su natural laborioso y dinámico le llevaba a no poder estar inactivo. Por eso, el día en que logró su nuevo empleo de administrativo en la Casa Sindical de Tapia fue, para él y para todos nosotros, de gran alegría.

Atrás quedaron los días en los que junto a mi padre, César, habíamos regresado a Ribadeo, en el coche de línea que nos traía desde Lugo, en los primeros días de julio de 1953. La inmensa alegría de volver a ver a los suyos, sus padres, hermanos y otros parientes, se mezcló con el vacío de haber dejado atrás una existencia llena de actividad y vivencias. Debía comenzar su vida  de nuevo. El disfrute de pasear otra vez por las Cuatro Calles, bajar a Porcillán o ir al Cantón Bar, viendo y saludando a antiguos amigos de infancia y juventud, se entrelazaba, de continuo, con la necesidad de volver a trabajar. Fueron meses muy duros, en lo anímico y en lo económico.

Y, por fin, al cabo de un tiempo, le era posible comenzar una nueva vida laboral. Pero era necesario ir a Tapia de Casariego, allí estaba su nuevo trabajo. Y así comenzó ésta  etapa, en la tranquilidad infinita de la hermosa villa asturiana, lejos ya de tantas vueltas por España y de tantas cosas vividas, gravadas en su alma. Y en Tapia encontró a la par, una gran actividad en diversos frentes y un núcleo de buenos amigos.



Tapia al final de los cincuenta

De inmediato, se trasladó desde Ribadeo a este vecino pueblo asturiano y comenzó una nueva vida profesional. Mientras, mi madre, Dolores, mi hermana Loles y yo, permanecimos unos meses más viviendo en Ribadeo, hasta el final del citado curso escolar, allá por el mes de junio de 1955. Durante esos meses que, ante la ausencia de mi padre, se nos hicieron largos, él venía los sábados por la tarde para marcharse en la madrugada de los lunes. Durante muchas semanas, el proceso era idéntico. Los lunes, se levantaba muy de madrugada y caminando a través del Jardín y las Cuatro Calles ribadenses, bajaba al muelle de Mirasol. Allí le esperaba alguno de los barqueros que hacían la travesía a Castropol, con quienes ya estaba de acuerdo para cruzar la ría en sus embarcaciones. Generalmente Primote o Ramón del Busto eran quienes le llevaban en sus botes. Cruzaban, la mayoría de los días, a remo entre las seis y siete de la mañana. Es fácil imaginar, en aquellos largos meses del invierno norteño, las inclemencias meteorológicas que debía soportar en aquellos madrugones, con cruce de la ría incluido, mientras nosotros nos quedábamos en la cama, un tanto tristes por la ausencia del padre de familia. El objeto de esa travesía, que se completaba subiendo mi padre César por las empinadas callejuelas de la villa asturiana, era ir a coger el autobús del Alsa que cubría la línea de Ribadeo a Luarca y que tenía parada en Castropol y en Tapia. Para mi padre, suponía un ahorro económico , en aquellos momentos, hacer el trayecto en autobús solamente entre estas dos localidades y no desde Ribadeo. Esto justificaba, por increíble que actualmente pueda parecer, ese gran sacrificio que, por otra parte, sus cuarenta años de entonces le permitían llevar bastante bien y con ánimo. El mar era y fue siempre, una pasión para él por lo que aquellas travesías en las que solía llevar el timón y, en ocasiones, manejar la vela, le servían de disfrute adicional, máxime con la conversación amena y alegre con el barquero.




                                                               Casa Sindical en 1956

Como antes señalé, eran los últimos días de junio de 1955, cuando mi madre, mi hermana y yo nos trasladamos a Tapia para unirnos a mi padre. Un camión portó nuestros enseres, abandonando el enorme caserón del Jardín en el que habíamos vivido desde nuestra llegada de Melilla, apenas dos años antes. Y entramos en Tapia, ante la enorme alegría de mi padre que se liberaba así de la soledad y de las nostalgias de tenernos lejos.

Alquiló una casa en Tapia, próxima a la Sindical. Era un bajo en el edificio de Doña Bernardina Campoamor, una popular maestra ya próxima, entonces, a la jubilación. Una maestra a la antigua usanza, toda dedicación y desvelo por sus alumnos y sus clases. En el bajo de su casa, a escasos metros de la casita del popular Súcaro, al inicio de la calle de Santa Rosa, instaló mi padre su hogar, muy provisionalmente en sus primeros meses, mientras vivía allí solo.
              
Casa de Doña Bernardina (vista actual)




Nuestra casa estaba próxima al muelle y, a la vez, al parque del Marqués de Casariego. En realidad, en Tapia todo estaba próximo al muelle o formaba parte de éste. Bajando una empinada y empedrada cuesta, junto a nuestra casa, llegábamos de inmediato a él. Y subiendo unos metros, en ligera pendiente, se llegaba a la plazoleta denominada Plaza de Fernando Villamil, también llamada de Zoilo Iglesias, a la que se asomaban la Casa Sindical, las escuelas públicas, el parque Marqués de Casariego y algunas tiendas, como la de Santamarina. También se ubicaba allí el Cine de Tapia. Se llamaba Cine Edén y era un estrecho  y alargado local, con pocas filas de sillas y unos palcos, al fondo, con unas estilizadas columnas, tras las que se escondían unas pocas butacas más. Como todo en Tapia, era un cine de juguete. Una pequeña pantalla cerraba el otro extremo del local.


Casa de los Súcaros (vista actual)
                                  
  
Otra imagen de la casa en que vivíamos (vista actual)


El coqueto y siempre bien cuidado parque del Marqués de Casariego, con su espléndida estatua, rodeado por el Ayuntamiento, por el edificio que albergaba, en aquellos años, la denominada Educación y Descanso, la Iglesia Parroquial unos metros más allá y el edificio del Instituto Laboral Marqués de Casariego, era el centro neurálgico de Tapia, aunque esto era más aparente que real. El verdadero centro del pueblo era el muelle. Toda la vida de Tapia giraba alrededor del muelle y de lo que éste representaba. Y los tapiegos tenían una profunda conciencia marinera, de típico y rocoso pueblo norteño de esencias y presencias náuticas. Desde casi todas sus calles había vistas al mar y olía  a mar, a algas y salitre.


       Fachada del edificio que albergaba, en los años cincuenta, "Educación y Descanso" y el CIT de Tapia

                                                    Ayuntamiento de Tapia (vista actual)


                                El Ayuntamiento y la plaza Marqués de casariego en los cincuenta


Uno de nuestros escondites en los juegos infantiles (vista actual)
                                                           

En la bajada al muelle, desde la casa de Doña Bernardina, nos encontrábamos con conocidos lugares de recreo y de refugio como eran el Café Bar Cantábrico y La Marina. Apenas había, entonces, otros bares o cafés en el muelle. Allá arriba, en las calles del pueblo, estaba el Café Moderno, el más conocido y casi único lugar para tomar un café, que contaba con una excelente mesa de billar.

Todo esto lo conocí enseguida, tras mi llegada a Tapia. Una vez instalados en los escasos metros cuadrados de la casita en que vivíamos, con unas amplias ventanas  a un hermoso y bien cuidado patio de los dueños de la vivienda, me lancé a conocer el entorno. Rápidamente, esas exploraciones alrededor de la casa me situaron y captaron mi entusiasmo. El pueblo era una delicia, un verdadero encanto. No en vano, Tapia es una de esas joyas que el Creador fue dejando caer, al azar, por diversos rincones de la tierra. Tapia era, en los años cincuenta, un diminuto pueblecillo que casi cabía en una mano. Era, además, la conjunción del mar y lo marinero, en su más pura esencia, con los blancos arenales de su playa y el entorno de arbolado y praderas que le circunda. 




El muelle de Tapia en toda su belleza


Y para completar el cuadro, las gentes de Tapia nos mostraron desde el inicio una afabilidad y una simpatía, un tanto lejana del estilo más frío y distante vivido en Ribadeo. En Tapia, todos se conocían y todos se trataban, en planos de amistad y confianza.  Era ese ambiente familiar y acogedor de los pequeños pueblos hispanos de la época.

En la casa en que vivíamos, la de Doña Bernardina, ocupaban los pisos  de la vivienda la familia de ésta. Su hija Julia, su marido  Juan Carrasco y sus nietos Juan José y Margarita Carrasco.  En la planta baja, al lado izquierdo tenía su consulta un dentista, mientras nosotros ocupábamos el lado derecho. La edad de Margarita, similar a la nuestra, hizo que se constituyese en nuestra primera amistad en Tapia. Enseguida conocimos a Martín Carrasco, primo de Margarita, que pasó a ser un excelente amigo y compañero de juegos. Por medio de Martín, conocí y pude integrarme en los grupos de juegos infantiles que en el parque o por las callejuelas que bajan al muelle, pasábamos todo nuestro tiempo libre. También compartíamos aficiones de coleccionistas. En ese afán coleccionista, muy común en los niños de la época, cabía casi todo. Así, llegábamos a extremos como guardar cajitas de cerillas con los escudos de todas las provincias españolas, librillos de papel de fumar que tiraban nuestros padres, vitolas de puros y hasta una especie de escudos y estampillas en cartulina, no recuerdo bien de qué, de los que se decía que habían llegado a circular como sustitutos de la moneda en la época de la guerra civil e inicio de la posguerra y el racionamiento. Y, por supuesto, muchos de nosotros éramos entusiastas coleccionistas de sellos de correos, que pegábamos, tras la meticulosa operación  de despegarlos de cartas y tarjetas postales, en modestos álbumes comprados, cuando no confeccionados por nosotros mismos con libretas de papel cuadriculado. Y, todo esto, llevaba al mercadeo y al trueque de unos por otros, entre nosotros. Las horas de recreo de los colegios eran el momento preferido para estos intercambios infantiles.

Por cierto que, en esos años, se popularizó en Tapia, al igual que en toda Asturias, un personaje del que ahora llamaríamos comic: Pinín. Era una colección de cromos con las historias de este personaje, un simpático chavalín asturiano, que se encontraban en  cada una de las tabletas de chocolate La Cibeles. Estos cromos convivían con aquellos otros  que muchos de nosotros coleccionábamos, de futbolistas, de Razas Humanas, de películas como Tambores Lejanos o Paralelo 38, de Sissi Emperatriz o los más inalcanzables para la mayoría de los niños, pero cromos extraordinarios, de Las maravillas del mundo, que venían en las tabletas de chocolates y chocolatinas Nestlé. 
                                                                                                                 

1 comentario:

  1. Estimado señor: He leído con sumo placer esta entrada de su blog. Y digo placer porque yo he vivido tres años en Ribadeo entre 1962 y 1965, e hice el Bachiller en la Academia Santo Tomás de Aquino, siendo director Don Cándido Riesgo, fallecido no hace mucho en Oviedo, jubilado de gerente de Cocacola.
    No he perdido del todo el contacto con la villa, porque aún viajo por allí alguna vez y además son de San Tirso de Abres aunque vivo en gijón.
    Soy escritora, estoy recopilando material para mi tercera novela, parte de cuya trama se desarrollará en Ribado hacia esos años. Ocurre que apenas recuerdo los nombres de las calles, tan sólo Trinidad, las Cuatro Calles, San Francisco... y poco más. Han cambiado el nombre a muchas y no encuentro un callejero antiguo.
    Me sería de enorme ayuda que usted fuese tan gentil de ayudarme con esta información. Le haría preguntas puntuales.
    Mi correo es auroragrivas@gmail.com y puede encontrar referencias mías en Internet. Mi nombre es Aurora García Rivas.
    Esperando no haberlo molestado, lo saludo cordialmente. Aurora

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